viernes, 23 de octubre de 2009

Pues ya está


—Lolita –dije–, esto quizá no tenga pies ni cabeza, pero debo decírtelo. La vida es muy corta. De aquí a ese viejo automóvil que conoces tan bien hay sólo un trecho de veinte, veinticinco pasos. Es un trecho muy corto. Da esos veinticinco pasos. Ahora. Ahora mismo. Vente así, como estas. Y viviremos felices el resto de nuestras vidas.



Lolita no es una novela. Lolita es un personaje. Y ese chisme con tapas y hojas que me compré en la librería es una enorme descripción de Lolita. ¿Recomendaría su lectura? Sí. Aunque a ratos se me hizo un poco pesado y redundante. Algunas páginas se pueden leer en diagonal. Sin embargo, los momentos intensos son realmente intensos. En la edición española no traducen todas las expresiones francesas, alemanas y latinas que pueblan los capítulos y si no es usted muy versado en estas tres lenguas puede que se quede con la duda en más de una ocasión. En mi caso así ha sido, puesto que el latín no lo hablo muy fluido. Éste y otros detalles me hicieron aborrecer al narrador, y me sentí muy defraudado cuando descubrí que ésa era la intención de Nabokov.

Si piensan ustedes leérselo, sepan dos cosas que a mí me hubiera gustado que alguien me dijera:

1. El prólogo es parte del libro. Así que si, como yo, son de los que huyen de los prólogos como si de cucarachas mutantes se tratase, hagan una excepción con éste. Y ya puestos, recomendaría leerlo antes y después.

2. En la segunda parte, Nabokov propone un juego al lector que éste puede pasar por alto: descubrir quién es el amante secreto de Lolita. Si me hubieran avisado, habría estado más atento y quizás habría hecho una lista con los posibles candidatos y otra quizás con las pistas, las cuales son fáciles de reconocer por su misterio inherente.