lunes, 30 de mayo de 2011

¿Sirve de algo todo esto?

El otro día una amiga, en la acampada 15M de Valladolid me preguntó: "¿Crees que esto que estamos haciendo sirve de algo?".

En aquel momento le di buenas razones para seguir, para que no decayera el ánimo. Le di datos de los periódicos acerca de las últimas elecciones en las que, a pesar de la aplastante victoria del PP, se entreven amagos de reacción contra el sistema. También le dije que aquello servía para que gente como ella o como yo nos hubiésemos dado cuenta de repente de que no estábamos solos, de que no éramos unos locos por no votar ni al PP ni al PSOE.

Sin embargo, he seguido reflexionando acerca de su pregunta.

Ahora mismo estoy sacándome el carné de conducir. Así que todavía me desplazo en autobús, y así lo he hecho durante muchos años. Y probablemente siga haciéndolo muchos más, porque el transporte público en Valladolid está bastante bien.

Para coger el autobús tengo que bajar varios metros por mi calle (que está empinada) y luego girar a la izquierda y justo ahí está la parada del autobús. Nada más salir por el portal, veo la calle perpendicular en la que está la parada, y si pasa un autobús, también lo veo.

Si el autobús pasa cuando acabo de salir del portal es humanamente imposible cogerlo. Tendría que ser Flash o Usain Bolt para llegar hasta la parada a tiempo. Si el autobús pasa cuando ya estoy abajo y sólo me queda torcer a la izquierda, muy mal se tiene que dar para que, aligerando un poquito el paso, lo pierda.

El problema está en todos los metros que hay entre medias. Esa tierra de nadie, llena de incertidumbre, en la que no sé si me dará tiempo a coger el autobús o no. Porque no siempre tarda lo mismo. Si sólo hay un señor en la parada, el autobús sale en seguida. Si hay mucha gente, o algún pelele que no sabe usar el bonobús, entonces se quedará mucho tiempo y podré cogerlo.

Al principio siempre sopesaba la situación y decidía si correr merecía la pena o no. Lo malo es que muchas veces me equivocaba. A veces decidía correr y lo perdía, y la cara de sofoco no se me iba en veinte minutos. A veces decidía no cogerlo y seguía andando y me daba cuenta de que, de haber corrido, podría haberlo cogido. O lo que es peor, habiendo decidido no correr, empezaba a ver que sí me podría dar tiempo; echaba a correr, y al final lo perdía. Lo cual me frustraba mucho más que ninguna de las otras posibilidades.

Por eso, cierto día tomé una sabia decisión. Había que correr siempre. Algunos días lo perdería, y otros lo cogería, pero prefería sufrir por el flato que por la impotencia de saber que lo habría cogido si hubiera corrido.

Ahora, si veo pasar el autobús, siempre corro. Unas veces lo cojo y otras veces lo pierdo, pero siempre corro.

¿De qué vale concentrarnos y hacer asambleas? ¿Conseguimos algo? Seguramente sí, pero en el fondo no lo sé.

El caso es correr. Porque si sí se hubiera podido cambiar algo y yo no hubiese hecho lo posible porque así fuera, tampoco podría perdonármelo.